Por Roberto Angel Salcedo.
Siguiendo de cerca los acontecimientos, en un nuevo intento por llegar a acuerdos, la oposición venezolana a través de la mediación de Noruega, Holanda y Rusia han vuelto a la mesa de negociación con el régimen de Nicolás Maduro.
Desde un principio se detallaron los propósitos de acudir a ese dialogo, en primer lugar, lograr la liberación de cientos de presos políticos, el restablecimiento del orden constitucional, reconociendo a la Asamblea Nacional, y finalmente la convocatoria a elecciones libres, con la observación de organismos internacionales.
En los últimos 23 años, con el cuestionado modelo del “socialismo del siglo XXI” los problemas económicos, sociales y políticos en el vecino país no han hecho mas que complicarse. Para que podamos comprender la magnitud de la crisis preexistente, combinada con la pandemia, en 2020 la caída del PIB para Venezuela fue del 30%, el aumento en los precios de productos de canasta básica fue del 3,713% y más del 54% de la población económicamente activa se ha quedado sin acceso a un puesto de trabajo. En estudios de reciente publicación se estima que el 76.6% de la población vive con menos de 1.2 dólares al mes. Y como consecuencia de esta situación descrita, un nuevo informe de la oficina de la ONU para los Refugiados (ACNUR) señala que son mas de 5.6 millones de venezolanos los que han emigrado a otros países en los últimos años.
En definitiva, Venezuela posee la mayor tasa de desempleo del mundo, el mayor colapso económico, solo comparado con un país en guerra, y la mayor hiperinflación jamás registrada.
Ante este drama que viven los hermanos venezolanos, la mayoría de las democracias del mundo apoyan la vuelta a la legalidad, a la transparencia y a un mínimo de garantías institucionales que permitan reencauzar el país hacia el crecimiento económico y hacia la paz social de la mano de un gobierno democrático que surja de la voluntad popular a través de las urnas.
Pero mas allá de la retórica y buenas intenciones, la realidad termina pulverizando estos nuevos esfuerzos por encontrar una salida a la crisis. Mientras en Mexico continuan las conversaciones, Maduro sigue desde miraflores, en sus reiteradas y agotadoras cadenas nacionales, cuestionando al liderazgo opositor; mientras el chavismo se adelanta a anunciar que en el dialogo se han obtenido “acuerdos parciales”, la oposición descarta esos enunciados. Recientemente, el oficialismo declaró que desde la oposición se procura producir “un quiebre” en el proceso de dialogo.
Como este no ha sido el primero, y probablemente no sea el último diálogo, continua el escepticismo de la comunidad internacional respecto de los resultados que allí se obtengan. A todas luces, estas nuevas rondas de conversaciones parecerían como un nuevo instrumento para la dilación y compra de tiempo de parte del régimen, que en su despropósito, condena a millones de venezolanos a la miseria, a la falta de seguridad, a la falta de oportunidades y a ver, fuera de las fronteras venezolanas, su único camino hacia una vida mas humana y mas digna.
El curso de los acontecimientos políticos en Venezuela pasan no solo por el dialogo que lleva varias rondas de negociaciones en la capital azteca, (la próxima reunión está pautada para este próximo 17 de octubre), sino por la celebración de unos comicios regionales y locales pactados para el próximo 21 de noviembre, donde se confirma la presencia de mas un centenar de expertos que conformarían la Misión de Observación Electoral de la Unión Europea, y esto cuenta con el supuesto aval del régimen de Maduro.
La Venezuela de hoy debe cerrar esta etapa de incertidumbre y desasosiego, y reescribir una renovada historia de libertades, de nuevas luchas democráticas y conquistas sociales; ojalá y sea en el menor tiempo posible.